Alexandra trusova ×× Allen

Chapter 2: La barrera de hielo...



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Después de un rato, el ambiente se llenó de risas de otros patinadores y el eco de la música que resonaba en la pista. Pero para Alexandra y Allen, el mundo exterior parecía desvanecerse. La conversación que habían comenzado se sentía como un hilo delicado que los unía, y Alexandra estaba decidida a no dejar que se rompiera.
—¿Te gustaría intentar un giro? —preguntó Alexandra, sonriendo mientras se preparaba para demostrar el movimiento.
—¿Un giro? —repitió Allen, arqueando una ceja. —¿No es eso para los profesionales?
—Vamos, solo confía en mí. No tienes que ser perfecto. Lo importante es disfrutarlo —respondió ella, su entusiasmo contagioso.
Él dudó por un momento, pero finalmente asintió. —Está bien, intentémoslo.
Alexandra se posicionó frente a él, explicando el movimiento con detalle. Luego, tomó su mano y lo guió a través del proceso. Allen la siguió, un poco renuente pero claramente intrigado. Al principio, sus movimientos eran torpes, pero con el tiempo, logró encontrar el ritmo.
—¡Eso es! —gritó Alexandra, emocionada por su progreso. —¡Muy bien, Allen!
Sin embargo, en su apogeo de entusiasmo, Allen se distrajo y perdió el equilibrio una vez más. Caer al hielo se había convertido en una especie de broma entre ellos, y a pesar de su frustración, ambos no pudieron evitar reír.
—Esto es ridículo —dijo Allen, frotándose la parte posterior de la cabeza mientras se levantaba—. No estoy hecho para esto.
—Cada maestro fue un principiante alguna vez —respondió ella con una sonrisa alentadora. —Solo necesitas más práctica.
Él la miró, y por un momento, Alexandra vio una chispa de desafío en sus ojos. —¿Y tú? ¿No tienes miedo de caer también?
Su pregunta la sorprendió. Alexandra había enfrentado caídas, tanto en el hielo como en la vida, pero siempre había encontrado la manera de levantarse. —Claro que tengo miedo —confesó—. Pero creo que el miedo es parte de lo que nos hace humanos. Caer es solo una oportunidad para aprender y crecer.
Allen la observó, y por un momento, su expresión se suavizó. —Eres diferente —dijo, casi en un susurro.
—¿En qué sentido? —preguntó ella, sintiendo que estaba atravesando un territorio algo desconocido.
—No te dejas vencer fácilmente. La mayoría de la gente se rinde cuando se encuentra con dificultades. Pero tú… —hizo una pausa, buscando las palabras—. Tienes una determinación que no puedo ignorar.
Alexandra sonrió, sintiéndose halagada. —Y tú, a pesar de tu frialdad, pareces tener una lucha interna. No todo el mundo puede ver más allá de la superficie, pero tú lo haces.
La conversación se tornó más profunda, y mientras continuaban practicando, el hielo bajo sus patines parecía convertirse en una metáfora de su relación. Cada paso que daban juntos era un intento de superar las barreras que ambos habían construido en torno a sus corazones.
Al final de la sesión de patinaje, Alexandra se detuvo y miró a Allen, que aún respiraba con pesadez pero con una expresión de logro en su rostro. —¿Te gustaría volver mañana?
Él dudó. —No estoy seguro. Esto no es exactamente mi idea de diversión.
—Pero lo hiciste bien. La próxima vez será más fácil —insistió ella, sintiendo que había una conexión que valía la pena explorar.
Finalmente, Allen asintió lentamente. —De acuerdo. Tal vez un par de veces más. Pero no prometo que me convertiré en un experto.
—No tienes que ser un experto, solo tienes que disfrutarlo.
Mientras se dirigían hacia la salida de la pista, Alexandra sintió que algo había cambiado. Allen, el joven misterioso de ojos rojos, comenzaba a abrirse, aunque lentamente. A medida que salían, el aire fresco de la tarde los envolvió, y Alexandra no pudo evitar preguntarse sobre las historias que aún quedaban por descubrir entre ellos.
—¿Te gustaría ir a tomar algo? —sugirió, sintiendo que el momento era adecuado.
Allen miró hacia el horizonte, como si sopesara la propuesta. —No suelo socializar después de mis actividades. Pero… tal vez esta vez podría hacerlo.
Ambos se dirigieron a una pequeña cafetería cercana. Mientras bebían chocolate caliente, Alexandra notó que

la tensión entre ellos comenzaba a desvanecerse. El ambiente acogedor de la cafetería, con sus paredes de madera y el aroma a café recién hecho, proporcionaba un telón de fondo perfecto para una conversación más relajada.

—Así que, ¿por qué no sueles socializar? —preguntó Alexandra, rompiendo el hielo. Su curiosidad la impulsaba a indagar más en la mente de Allen.
—No sé, tal vez porque la mayoría de las conversaciones son superficiales —respondió él, encogiéndose de hombros. —Prefiero la honestidad en las interacciones.
Alexandra se sintió intrigada. Había algo refrescante en su perspectiva, algo que resonaba con su propia lucha por ser auténtica en un mundo lleno de expectativas. —A veces, la superficialidad puede ser un refugio. No siempre es fácil ser honesto.
—Eso es cierto —dijo Allen, mirándola a los ojos. —Pero creo que es importante encontrar personas con las que puedas ser tú mismo. ¿No crees?
Alexandra asintió, pensando en los sacrificios que había hecho en su carrera. La presión constante por rendir al más alto nivel a veces la hacía sentir como si estuviera interpretando un papel en lugar de ser ella misma. —Es difícil. En el patinaje, todos esperan que siempre brillemos, que seamos perfectos.
—La perfección es una ilusión —respondió Allen, su tono serio. —Lo importante es la pasión que pones en lo que haces.
Sus palabras resonaron en su interior. En ese momento, se dio cuenta de que había algo más en Allen, una profundidad que iba más allá de su apariencia distante. Mientras compartían historias sobre sus vidas, Alexandra comenzó a ver destellos de vulnerabilidad en él, y eso la animó a abrirse también.
—Yo a menudo me siento presionada por ser la mejor —confesó, jugueteando con su taza. —A veces, me pregunto si realmente amo el patinaje o si solo me mueve la necesidad de cumplir con las expectativas de los demás.
Allen la miró intensamente. —¿Y qué crees que diría tu corazón?
Alexandra reflexionó por un momento, sintiendo que la conversación había tomado un giro inesperado. —Creo que mi corazón aún ama el patinaje. Es lo único que me hace sentir viva.
—Entonces, eso es lo que importa. No dejes que el ruido externo te desvíe de lo que realmente eres —dijo, su voz suave pero firme.
Mientras el chocolate caliente se enfriaba en sus tazas, una conexión silenciosa comenzó a formarse entre ellos. Era un entendimiento mutuo, una aceptación de sus luchas y aspiraciones. El tiempo pasó volando, y cuando finalmente se dieron cuenta, la cafetería había comenzado a vaciarse.
—Deberíamos volver —dijo Alexandra, sintiendo una mezcla de satisfacción y reticencia a dejar esa burbuja de intimidad que habían creado.
—Sí, pero me alegra haber venido —respondió Allen, una pequeña sonrisa asomando en sus labios. —Tal vez deberíamos hacer esto más a menudo.
Alexandra sintió que su corazón se aceleraba. —Me encantaría.
Mientras salían de la cafetería, el aire fresco de la tarde les dio la bienvenida nuevamente. Alexandra se dio cuenta de que la conexión que había empezado a formarse con Allen era algo que no esperaba, pero que deseaba explorar más. Mientras caminaban juntos, rodeados de la brisa otoñal, sintió que, por primera vez en mucho tiempo, había encontrado un espacio donde podía ser auténtica, donde podía ser ella misma.
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